VELORIO CAMPESINO




                 VELORIO CAMPESINO



Allá en la distancia, en la hacienda de don Jacinto, en la pequeña cabaña de José, se escuchan lamentaciones, murmullos  de voces, especialmente femeninas y llanto, con expresión de dolor espiritual, acompañado de oración, de angustia y de profunda preocupación.

Al pie de la montaña, en el pequeño vallecito, terreno asignado a José, para el cultivo de sus sementeras, sustento de su familia, aproximadamente  de una  fanegada, regado permanentemente, en toda su extensión, con agua de la quebrada que lo  atraviesa, por cuanto es  el terreno menos fértil de la extensa propiedad.

Esa dolorosa noche, todos despiden a  Pedro, hijo mayor del hogar, cruelmente asesinado por la guerra fratricida auspiciada por la derecha dominante, del sistema neo-liberal, decidido a terminar con un pueblo que procura la Libertad, la Igualdad y la Soberanía de la Patria Grande.

De todos los lugares vecinos, se ven llegar gentes humildes, asistiendo al velorio que durará toda la noche. Todos y todas, a su vez, se apresuran a manifestar su “sentido pésame”, quizá con verdadero y sincero sentimiento unos, otros con hipocresía, propia de la humanidad que también en los campos se da.

-      Buenas noches comadrita, buenas noches  compadrito, me duele también a mí la muerte de su hijo, que Jesús lo bendiga y en el cielo esté.

-      Dios les pague compadritos, responden con los ojos llenos de lágrimas y María, la madre, anegada en llanto, abraza a todos sus vecinos, uno por uno, alabando al cielo, por recibir a su hijo en su seno.
    
Mientras este ir y venir de los asistentes, las mujeres más allegadas, se adelantan, en la cocina, a hervir en la tulpa, el   café de media noche.

Los hombres, varios colaborando con el aguardiente, sirven, con denuedo, el trago del supuesto dolor, a todos los presentes. Los músicos invitados hacen trinar sus instrumentos, entonando canciones apropiadas al velorio.

Así transcurre toda la noche  y a la madrugada, todos caminan hacia sus hogares, muchos ebrios, pero bien alimentados a expensas de los dolientes padres de Pedro.

Amanece el día, para José y María, diferente, nublado, como si también sintiese la pena que los embarga. Para sus dos inocentes hijas, sin comprender aún lo sucedido, el llanto las invade, porque lo ven en sus dolidos padres y observan la ausencia de su hermano, ahora acostado en un ataúd, como si sólo estuviese durmiendo.

Camino al cementerio lejano, la multitud de la vecindad los acompaña en el último viaje de Pedro, hacia otros lares del Universo, en los que quizá pronto volverá a ver a sus padres.

El hueco está listo, las flores de diversos colores, unas amarillas, otras rojas, son lanzadas sobre el ataúd, última cuna de la existencia. El cura celebra la misa, el llanto se acentúa y los enterradores cumplen a cabalidad su función.

-      Adiós hijo mío, hijo de mi alma, contigo estaremos siempre, nunca te olvidaremos, vivirás, por eternidad, en nuestros corazones.

-      Adiós, adiós, se aúnan las voces y sobre la tierra que cubre el cadáver, colocan humildes coronas de flores, de espinosas rosas, que acompañarán su viaje, desde esta tierra hacia la eternidad de Dios.




JUSAVÍ,


El Guabo, Chapacual, 24 de Abril del 2014.



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