EL GUANDO
Quizá
en muchos pueblos de América Hispánica y por qué no en otros de los varios
continentes del Planeta, las costumbres e historias de los territorios
imaginarios del género humano, constituyen la riqueza simbólica de la
imaginación creadora de sus habitantes. No es equivocado expresar que es mayor
que toda la Literatura Académica escrita, a través de los tiempos.
Por
fortuna, hoy, es posible inscribir estos contenidos, en el contexto de lo
Etno-Literario, disciplina forjada modernamente, para tales fines.
Entre
las costumbres de las viejitas es, en todo momento, estar pendientes de la vida
del vecindario. Una de tantas, tenía la de permanecer, hasta avanzadas horas de
la noche, en la ventana de su alcoba, hacia la calle, observando los amoríos y
los oscuros negocios de sus vecinos, enterándose así de lo que habría de contar
en las sesiones del chisme.
Una
de las tantas noches en la que la viejita aguaitaba los transeúntes, escuchó un
lejano rumor de voces, entonando lamentos fúnebres, sin que mediara razón
alguna de su origen o procedencia. Con la curiosidad propia de su edad y sin
sentir temor, abrió la puerta que daba a la calle y salió a averiguar qué
estaba ocurriendo.
Ya
en la vía observó un carruaje, acompañado por todos los lados, de misteriosas
personas, cubriendo sus cabezas con velos, que no permitían distinguir sus
rostros y llevando sendas velas encendidas en sus manos.
A
su paso, cantaban místicas premoniciones de dolor y de tristeza, todas
dirigidas al insólito carruaje, conductor del supuesto ataúd del extinto
personaje.
Más
ávida todavía de su natural curiosidad, no pudo evitar preguntar a los
dolientes, del porqué del cortejo a esas horas de la noche y en tales
circunstancias. No obtuvo respuesta alguna y, en cambio, le fue entregada una
de las velas y el sepelio continuó su tenebrosa marcha, dejando atrás a la
sorprendida y aturdida viejita.
Al
día siguiente, muy temprano, pensando siempre en lo acontecido, bajó al zaguán,
donde dejara la vela, que le fuera entregada por el misterioso acompañante del
cortejo y cuál sería el terror que sufriera la anciana, al darse cuenta que tal
ofrenda, no era otra cosa que una canilla del muerto.
NOTA:
Relato reconstruido a partir de varias informaciones obtenidas de antiguos
pobladores de la ciudad de Pasto, por el entonces, estudiante de la Universidad
de Nariño, EDWIN BELALCÁZAR L.
JUSAVÍ.
Chachagüí,
3 de Mayo del 2014.
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