EL POTRERO DEL DUENDE
A todo ese potrero que queda abajo
de la casa, en Guaracán, le llamamos El Duende, porque en el chorro de agua,
vivía metido ese diablo.
Yo no creía nada de esto, pero una
vez, se me ocurrió bajar a bañarme en ese chorro que había en la parte de
arriba de la quebrada, acompañada de las chiquillas.
Allí había hartos animales sueltos
y les advertí a las chicas que, mientras me bañaba, cuidaran que los animales
no ensucien el agua. Estaba en lo fino del baño y dicho y hecho, el agua empezó
a bajar sucia. Llevaba cascajo y pedazos pequeños de muñiga de caballo.
Se me entraron los diablos y las
grité y las traté mal por no cuidar y atajarlos para que no entren al agua.
Oyendo los gritos, llegaron corriendo, pero por el otro lado, diciendo que
ningún animal se había acercado a la quebrada.
Entonces, empecé a pensar que no
debía ser otra cosa que ese maldito duende. Salí corriendo a vestirme y, al
llegar al lugar donde dejé la ropa, busqué la camisola y nada de hallarla. Otra
vez grité, insultando a las muchachas, diciéndoles que me la habían escondido o
la dejaron coger de alguna vaca.
Como pude me vestí, sólo con la
falda y así salí. Cuando íbamos en la mitad de la cuesta, regreso a mirar y
preciso que veo mi camisola, bandereándose con el viento, en la punta de un
árbol de pumamaque, bien alto. Quien más sino ese tal duende iba a ser capaz de
colocarla allá arriba.
Dizque eso les hacía siempre a
quienes iban a bañarse a allí. Yo no les creía, pero por incrédula, ¡tenga!,
pero nunca más volví al chorro de agua, menos a bañarme.
JUSAVÍ.
Relato oral logrado de MARÍA DE
LOS ÁNGELES DE UNIGARRO, en la población
de Ospina.
Chapacual, 20 de Mayo del 2014.
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