A L L Á E N E L S E N D E R O


                                   A L L Á    E N  E L  S E N D E R O

 En la vida de una familia muchos pueden ser los días difíciles de existencia, más aún si se tienen accidentes, ya sean reales o de territorios imaginarios.
 No era muy temprano para empezar, pero qué más daba; parece que todo debía acontecer así; sin más preámbulos y con el calor que nos acosaba, uno por uno, viejos y niños nos lanzamos a la piscina, no muy de nuestro agrado porque tenía aguas oscuras, pero podía más el deseo del agua.

 ¡Sandra, Sandrita!  Gritaba con tonos desesperados mi esposa, ¡¿qué se hizo?!  ¿¡Dónde está?!  La más pequeña de mis hijas no aparecía por ninguna parte. Luis y yo zambullíamos la piscina a lo largo y ancho con denotada desesperación. La angustia era mayor cuando al cerrar los brazos y apretar las manos pareciera tomar el cuerpo de mi hija en el fondo de la piscina, pero todo era mentira, no estaba allí. Mi esposa introducía sus brazos a la salida del agua, que, con cierta fortaleza, parecía llevarse nuestra hija.

¡Qué doloroso día!  Habíamos despedido a mi mamá, que después de unos gratos días de permanencia a nuestro lado, tenía que volver a Bogotá y apenas de calmar las lágrimas de la separación y dejando el aeropuerto, habríamos de ubicamos en este hermoso lugar campestre, abundante de naturaleza diversa, pastos altos, plantas de diferentes coloridos, flores y sol que alegraban nuestros corazones y animaban el espíritu a gozar de tanta belleza.  Sandrita no estaba en el lugar donde se la dejó, no podía pensarse otra cosa, sino que hubiese caído a la piscina y el cambio de nuestras vidas y almas era evidente.

 ¿De quién es esta niñita?  Se escuchó allá en el potrero, de pasto alto y tupido.  ¡Está dormida en el camino!  La niña contaba apenas con un año y ya empezaba a caminar y el sendero la condujo en su corta edad hasta quedarse dormida.  Había terminado así el día más doloroso de nuestras vidas.

Jusavi, Pasto, 2004

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