JUAN,
EL PEÓN CONSENTIDO.
Los
perros ladraban incansablemente, como quizá nunca lo habían hecho antes y uno
de ellos llamado Sultán, hijo del káiser, blancos los dos, muy hermosos, lo
hacía con mayor insistencia.
La
noche no estaba muy clara y los patrones, alrededor de las dos de la mañana (2am.),
aproximadamente, dormían plácidamente. La señora, más atenta, siempre al
cuidado de la finca, despertó asustada e insistió a su esposo para que saliera
a observar qué estaba ocurriendo. Los ladridos se sentían no muy cerca y llena
de nervios requirió a su marido en su propósito.
Apresuradamente
tomó su fina escopeta de cápsulas de tiro de balines y se apresuró a la
búsqueda de lo que esperaba sucediese.
Él Jamás fue un hombre que conociera el miedo. Su valor era reconocido
en los alrededores de la finca por todos los campesinos de la región.
Los
perros, que aún estaban cerca a la casa, lo condujeron hasta el lugar, una
enorme zanja que colindaba con la finca vecina, en la que el Sultán, desde las
orillas, se movía nerviosamente, hacia arriba y hacia abajo.
Allí,
en la parte honda, descubrió un bulto de papas escondidos y al ladrón,
temblando de miedo. De inmediato, lo enfrentó. No lo podía creer, se trataba de
Juan, su peón más consentido en la propiedad.
Juan,
- le dijo, - sal de ahí, qué has hecho, tonto. Si necesitas algo por qué no lo
pides -
Juan
respondió, - no me joda patrón, esto no es nada -
De
dos brincos salió al camino y su actitud era desafiante. El perro y los otros,
como lo conocían suficientemente, no lo atacaron.
El
Don, como siempre había sido de “malas pulgas” con los actos injustos, pensó
dispararle. Pero su rabia no llegaba a ese punto. Descargó la escopeta, la tomó
del cañón y con la culata, golpeó por varias ocasiones y en diferentes partes
al ladronzuelo, porque trató, repetidamente, de defenderse. Pero el Patrón
ofendido era muy bravero y se le estaba pasando la mano, hasta tanto que
destrozó su indispensable escopeta.
En
fin, el bulto de papas no fue necesariamente la razón de la paliza, pero sí la
acción atrevida de quien siempre fue digno de confianza. En adelante, tendría
necesariamente que cambiar y sumar a su espíritu una desconfianza dosificada en
la que siempre su amada le había insistido.
Juan,
tristemente, tuvo que pasar quince (15) días en el Hospital, mas entendió que
su sendero nunca debía ser el de la delincuencia y arrepentido rogó a la noble
señora que intercediera ante el Patrón para que no lo echara del trabajo.
Así
aconteció. Juan volvió a la finca y continuó su labor campesina con
responsabilidad y ahínco.
La
nobleza siempre deberá ser fundamental.
“En
una mano se lleva la piedra y con la otra se muestra el pan” (verso de Plauto).
JUSAVÍ.
Chachagüí,
8 de Noviembre de 2013.
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