A ROBAR A LA PIEDRA PINTADA



                            A ROBAR A LA PIEDRA PINTADA


Desde que poseo memoria recuerdo el dicho popular “VAYA A ROBAR A LA PIEDRA PINTADA”, utilizado para referirse a quien tratase de robar o hurtase algo, válido también para los atracadores de la vieja época, con todas las implicaciones de tipo delincuencia que para tal efecto fuera necesario. Con el paso de los años se atenuaron estas acciones de decadencia social e inseguridad que, hoy, lastimosamente, adquieren maneras y formas mucho más graves y tienen que ver con las diversas manifestaciones de crisis de toda índole a que tienen que atenerse los Colombianos en toda la extensión de la Patria.

Alfonso, el protagonista de este relato, ha tenido también, que sufrir las consecuencias extremadamente injustas de la grave crisis colombiana; víctima de las pirámides, como se denominan las captadoras ilegales de dinero, llevado por el afán de encontrar una mejor situación social y económica, quiso, consecuentemente, no obstante poseer casa y finca raíz, buscar otro camino, porqué no llamarlo de desquite, para lograr dinero que le permitiese cultivar su pequeña finca y arreglar su rancho. Para él nada difícil porque siempre estuvo dedicado al trabajo y sus actividades laborales en la vida fueron variadas logrando así sacar adelante a toda su familia incluyendo, es válido expresarlo, a hermanos y otros parientes más. 

Un buen día resolvió volver al negocio de la carnicería, que, varios años atrás, le había dado buen resultado; lo dejó por competencias desleales que en aquella vieja data predominaban; mas, ahora constituía una de sus tantas experiencias de la vida que, quizá, le mejorarían su pecunio. Su actividad marchaba bien, tanto que pudo volver a cultivar su finquita que pronto le representaría un medio más para salir definitivamente de sus deudas, porque, no obstante la colaboración de su esposa en el negocio de la carne de cerdos, pese a su enfermedad, azúcar en la sangre o técnicamente diabetes, siempre era imperante la consecución de dinero con sus amigos, que por fortuna los tenía; su personalidad cordial y leal, esta especialmente, allanaban sus dificultades, que infortunadamente, a través de las instituciones estatales y privadas, no pudo resolver. En tal virtud y pleno de confianza en sus objetivos, en uno de sus tantos andares, decidió viajar a la capital en procura de ganado sano y gordo. Para tal fin se hizo a DOS MILLONES DE PESOS, $2.000.000.oo, suficientes, por el momento. Antes de la ciudad, siete kilómetros aproximadamente,  bajó de la buseta que lo transportaba y tomó la ruta de LA PIEDRA PINTADA, camino destapado, pero pleno de paisajes y de esperanzas que fortalecían más su ánimo de trabajo; caminaba ávido de ilusiones, bien vestido, porque sus hijas siempre se preocupaban por ver a su padre elegante. Jamás se asomó a su mente lo inesperado. Al cabo de dos kilómetros, por una hondonada, con barranco por lado y lado, sintió el peso de un cuerpo sobre el suyo acompañado de un fuerte golpe que lo derribó y a punto de perder el sentido; sin embargo se defendió todo lo que pudo, mas se trataba de tres atracadores expertos que en presencia de los nativos transeúntes, lo despojaron del dinero de sus ilusiones y con el objeto de que no pudiese, el pobre Alfonso, además de sus gritos de auxilio, pedir ayuda, lo desnudaron quitándole hasta los zapatos y dejándole solamente los calzoncillos. Herido en la espalda y en un brazo que suturarían, posteriormente con diecisiete y siete puntos respectivamente, dio vuelta de regreso hasta el lugar donde se apeara; en ese recorrido solicitó ayuda a varios pobladores de la región, pero, es posible,   lo creyeron un loco caminante o realmente una víctima de un atraco; como todavía, entre el pueblo colombiano, existen personas generosas y sin temores de la violencia y con la esperanza de tiempos mejores, un buen samaritano le propició ropa, no importaba, de talla mayor que la suya y dinero para que pudiese llegar a la capital; así, infinitamente humillado en su personalidad, tristemente despojado de todo, pero sin mengua de sus ilusiones, arribó a la capital, fue atendido difícilmente en un hospital y ayudado por un pariente para el regreso a su tierra natal, trasladando, sin quererlo, también su dolor a los suyos y a todos cuantos lo apreciamos en la región. ¿Qué más tendremos que afrontar en esta tierra de inseguridad democrática? Hay que copiar la fortaleza moral del ofendido para tener esperanzas de un cambio. Quiénes  estemos ya a la vuelta de la esquina física de la vida, ¿lo veremos? No lo creo, esperemos una mejor vida para nuestros nietos y sus descendientes.
JULIO E SALAS VITERI
Chachaguí, 13 de Agosto de 2009

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