C I T A C O N L A M U
E R T E
No tenía por costumbre pernoctar en la
casa de habitación de su esposa, con mayor razón cuando ella, en función de su
trabajo, los días hábiles permanecía ausente, pues trabajaba como juez
promiscuo en una población a 50 kilómetros de la capital y solamente llegaba los
días fines de semana; sin embargo el abogado, esposo de la juez, en alto grado
de embriaguez decidió ese miércoles, ocasionalmente, en compañía de un amigo,
terminar su parranda allí, sin jamás imaginar los acontecimientos de la
madrugada del jueves.
Nosotros habíamos viajado,
cumpliendo nuestras actividades a la capital ese día jueves por la mañana y a
nuestro regreso, en la parada en Chapacual, para comprar quesos, recibimos una
llamada de celular de una de mis hijas; la llamada portaba malas noticias,
realmente una enorme tragedia; el esposo de nuestra gran amiga juez había sido
asesinado por el celador del barrio ¿Qué hacer?, Regresar no tenía objeto
porque estábamos muy cerca de nuestra residencia y la indumentaria no era la
adecuada para asistir a un velorio; después de calmar a mi esposa, quien sufrió
un ataque de nervios y lloró desesperadamente por su amiga, decidimos continuar
y regresar a la ciudad al día siguiente.
En la población ya había
conocimiento del hecho, nosotros habíamos sido los últimos en saber el insuceso. La señora juez fue informada del infortunio
por una de sus amigas, vecina de su finca y hermana de quienes, los fines de
semana, cuidaban de la propiedad; de inmediato, contratando una camioneta
expresa, la viuda viajó a la capital al encuentro de tan macabro espectáculo
por cuanto su esposo aún permanecía en la alcoba de los acontecimientos; estaba
de rodillas arrimado a la cama, con cabellos en las manos, desnudo el torso,
sangre en el piso, con un tiro de escopeta en el pecho y el cubre lecho
perforado; el C.T.I tornaba las huellas y rastros del horrendo crimen y los
curiosos se agolpaban en la calle; se comentaba que una señora que caminaba en
la madrugada, haciendo ejercicio, se percató de que una de las ventanas de la
casa había sido violentada; de inmediato, por consiguiente, informó a las
autoridades de la irregularidad que percibía.
Hermanos y cuñados del occiso, ya
estaban presentes; amigas y amigos de la esposa en vano trataban de calmar los
ánimos de cuantos vehementemente repugnaban el homicidio y la situación que la
ciudad estaba sufriendo como consecuencia de la inseguridad y la criminalidad
creciente; mientras tanto la SIJIN, Fiscalía e Investigadores actuaban de
conformidad con los procedimientos para tal fin.
Como habíamos convenido con mi
esposa, el día viernes viajamos a la ciudad y con prontitud nos acercamos al
Monte de los Olivos, lugar de velación del difunto. Allí saludamos a nuestra amiga juez y
manifestamos nuestro sincero dolor por el triste e inesperado suceso; ya
nuestras hijas solícitas, desde el día anterior, acompañaron en la velación a la dolida esposa
en su tragedia. La asistencia de la
gente, desde diferentes ámbitos de relación era enorme; se apreciaba en sus
rostros la sorpresa y la angustia que consecuentemente tales hechos producen;
inconcebible que a un profesional, joven todavía, de cincuenta años y en plena
actividad de su carrera se lo hubiese asesinado; no obstante, su familia, más
exactamente uno de sus hermanos, sin respetar el dolor de la viuda, en plena
tragedia, ya la abordaba, no para solidarizarse y apoyarla en su pena, sino
para plantear que era necesario pensar, como deudos, en la herencia; increíble
pero cierto; “ nada de lo que es humano en ti me es extraño”, diría en alguna
ocasión parecida el gran filosofo Kant. Qué sorprendente e inhumano podría
parecer esto a nuestra dilecta amiga; profundizaba su pena y la hacía entender
mejor el mundo que quizá aún no conocía como verdad, como corrupción.
El día viernes se condujo el
féretro a la capilla de Palermo en la que se celebró la misa de traslado con
gran solemnidad, con asistencia de muchos familiares, amigos y conocidos;
después a la sala de cremación, también del Monte de los Olivos. Luego de recomendar fortaleza, firmeza y
conformidad, nos despedimos para regresar a nuestro hogar.
El miércoles, al medio día, había
dejado la víctima su oficina para encontrarse con sus amigos y departir con
ellos, seguramente, el triunfo de un buen negocio; fue visto en la ciudad
sonriente y alegre y nuevamente en la oficina en la que tomó whisky e hizo
algunas llamadas, quizá tres, a mujeres de dudosa reputación; deberían ser
sendas llamadas para los tres contertulios; salieron luego al encuentro de las
damiselas en el sitio denominado Cielo Azul prostíbulo ubicado en el barrio
Fátima. En ese lugar tomaron también
licor y el occiso asumió los gastos de las respectivas alcobas de lenocinio. A
continuación se dirigieron al Parque Bolívar, a otro sitio de prostitución a
seguir en su loca faena, siempre orientados por Zapatico, el proxeneta del
grupo, encargado de conseguir las denominadas números. Sin cansancio alguno prosiguió su embate y
arrimaron a un lugar denominado de las Glorias en procura de otras prostitutas,
pues las primeras ya habían sido despachadas; también allí ingirieron licores,
cervezas, pero parece que el presupuesto menguaba y no había suficiente, o
mejor, no le alcanzaba al ciudadano en cuestión para más. Pese a todo y en alto grado de beodez, en la
carrera 25, se detuvieron, entraron en otro sitio no recomendable, tomaron
gaseosas y sin Zapatico, quien renunciaba por la carencia de dinero, orientaron
su camino hacia la residencia de la mencionada juez. Se acostaron en alcobas distintas y los dos
dormitaban profundamente cuando el celador, según él, por cumplir con una
venganza, pues había sido denunciado por no cumplir estrictamente su deber,
entró por la ventana violentada y disparó un tiro con su escopeta sobre el
cuerpo semidesnudo del desgraciado abogado, sin que el amigo en plena
borrachera se hubiera dado cuenta; este sólo se percató del infortunio a la
llegada de la policía. Fue la primera y
la última vez que el protagonista durmió en esta casa; la MUERTE, aprovechando
la ocasión, había cumplido la cita y así terminaba un día de placer y
posiblemente de terror el día jueves en la madrugada.
Jusavi, Chachaguí, 29 de enero de 2007
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