E N T U N D A M I E N T O
Un sábado cualquiera del año de entonces, llegaron a la
finca de Don Enrique sus más apreciados allegados con el fin de pernoctar y
pasar una agradable noche, junto a sus familiares y con su acostumbrada charla
de los sembrados, de las cosechas y de los cultivos de todo tipo de animales:
vacunos, porcinos, equinos, bovinos, aves y más.
El aguardiente, en la alacena de la casa finca, pronto
habría de terminarse y era necesario mandar por más al pueblo vecino.
-
Leonidas,
dijo Don Enrique, ve al pueblo, que te acompañe mi hijo Julio y el Káiser, (un
perro blanco de origen siberiano), y compras dos botellas de aguardiente, pero
ten en cuenta que sea del bueno.
-
Como
mande mi patroncito, enseguida voy.
-
-contestó
Leonidas, siempre atento a las órdenes del Patrón.
El pueblo estaba a una distancia, aproximadamente, de
cinco kilómetros desde la finca. Pero caminando por los potreros de otros
finqueros, el camino se hacía más corto.
-
Vamos,
niño jullito, dijo Leonidas y se apresuró a colocar el collar al Káiser. Este
hacía esfuerzos por no dejarse, pero respetaba a Leonidas y al fin se dejó.
Saltaron zanjas, alambrados, acequias; tropezaron en los
huecos del potrero hechos por el ganado; los perros de las fincas ladraban e
intentaban morderlos, pero el Káiser, con sólo gruñir, los asustaba; al fin
llegaron al camino o al carretero, al decir de los campesinos de Botana.
Mientras caminaban eran ya casi las 7 de la noche y el
niño, no obstante su siempre demostrado valor, se mostraba inquieto. No era
para menos, la noche estaba oscura y la leyenda del “comegente” aparecía a su
mente. Se trataba de un niño de 9 añitos y el apodado personaje de Botanilla
realmente existía.
La denominación se la había ganado por sus acciones en la
región. Era atracador, ladrón de ganado, de las fincas cercanas, y de las reses
sólo dejaba la cabeza y los cuernos, porque su interés solamente era la carne.
Vivía en la vereda, antes mencionada y cercana al pueblo.
-
No
se preocupe niño, ya estamos cerca y pronto regresaremos, el perro nos defiende
de lo que sea, le dijo Leonidas.
Media
hora más tarde llegaron al pueblo. Por fortuna
Consiguieron el aguardiente y, estando ya dispuestos
a volver, apareció, en el parque, un perro de
raza pastor collie el que de inmediato atacó al Káiser. Leonidas tuvo que
quitarle, prontamente, el collar y dejarlo pelear.
La gente se aglomeró alrededor de la fiera lucha y
alguien sugirió apostar al ganador. En principio era evidente de que el
triunfador sería el pastor. El niño sabía el por qué. Generalmente cuando uno
de los perros monta al otro es porque lo está venciendo. Y sabía también que,
su amado Káiser nunca había sido vencido, por lo menos en Botana.
La lucha era cada vez más feroz y de pronto el blanco,
agachando la cabeza por entre las patas delanteras, la condujo hacia las
criadillas del pastor; las agarró y no las soltó hasta que su contendor murió.
Como era de esperar sólo Leonidas y quienes conocían al Káiser, le apostaron y
ganaron. El blanco ya había matado otros perros que intentaron meterse en la
finca.
De regreso caminaban por el carretero y Julio le dijo al
vaquero:
-
Leonidas
ves lo que yo estoy viendo.
-
-
Si
niño, contestó.
Se trataba de un perro pequeño con una chalina amarrada y
un gigante a su lado.
Plenos ya de valor por las experiencias vividas,
continuaron su retorno y pronto llegaron a los potreros antes caminados.
Buscaron algún sendero que los guiase mejor, pero era imposible. La noche
estaba oscura y el ganado se atravesaba. En vano buscaron una salida. Ni
siquiera el perro, con su natural olfato, pudo conducirlos. Káiser estaba muy
agotado.
Así, caminando, buscando un sendero, estuvieron toda la
noche. Al amanecer, con el brillo del Sol, cayeron en cuenta que habían estado
dando vueltas y vueltas en el mismo sitio, en el potrero, esto es, se habían
entundado.
JUSAVÍ.
Chachagüí, 22 de Octubre de 2013.
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